Ha permanecido en mi jardín sin decidirse a mostrarse durante años, este verano, al fin, la azucena despertó y pude admirar su dulce belleza y disfrutar su perfume. Era hermosa, pero cuando el sol la acarició aún resultó más bella. Esa misma noche comenzó a marchitarse, para dejar paso a otras, como ella, de belleza efímera.
Disfruto observando cómo fugaces rayos de luz dan pinceladas caprichosas y transforman cuanto rozan, aportando un encanto especial a humildes plantas o al eterno cielo. Entreno la mirada.
Una foto y un texto fantásticos. Rebosan sensibilidad. Sigue así.
ResponderEliminarMuchas gracias, hay cosas que están ahí, sólo hay que esperar que afloren.
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