Fueron apenas unos instantes, el sol emanó un aura dorada y las palmas se tiñeron de esa luz. Apenas pude tratar de detener ese momento, cuando regresé ya había comenzado a extinguirse el resplandor.
Era la primera foto de un año que ya concluyó, y ese momento de luz tan especial se grabó en mi mente. Un año después, el mismo día, de nuevo los mismos rayos tiñeron cuanto me rodeaba, me sorprendió reencontrarme con ese instante, aunque esta vez sólo lo grabé en mi retina.
La luz cambia y no hay dos atardeceres iguales, el cielo estará más o menos pintado de nubes. A pesar de todo, estoy segura de que no me engaña mi memoria. Vienen a mi mente construcciones ancestrales cuya orientación estuvo cuidadosamente calculada para que el sol se ocultara el día preciso en una ubicación concreta, Teotihuacán.
La mirada aprende a ver contemplando su alrededor.