Las promesas hay que cumplirlas, especialmente las que nos hacemos a nosotros mismos. Me había dejado pendiente conocer este mágico enclave, y aunque ya ha pasado casi un año desde esta imagen, las sensaciones siguen vívidas.
No fue el mejor momento del día, ni del año. La soledad no es tal, de nuevo la mirada que nos muestra la fotografía es una recreación.
Fue una sesión muy breve. A escasos minutos de haberme situado, aparecieron tres niños que buscaban qué se yo en la escasa agua que conservaba el flysch junto a la plataforma. Llevaban una red, más para cazar mariposas que cangrejos o peces, y precisamente se quedaron a pocos centímetros de mi trípode, y de mí. Tras un ruego inicial que fue ignorado, y como no soy persona de buscar conflictos inútiles, opté por interponer mi cuerpo ante la parte del trípode más expuesta, y mantener la correa de sujeción de la cámara siempre enrollada a mi muñeca.
A pesar de todo y de que la luz tampoco prometía nada más tarde, cumplí mi objetivo de esa visita, que era conocer el enclave directamente, espero que habrá mejores oportunidades.